Relatos mágicos de mi padre desde la distancia…
“Casi tengo la imagen borrosa de mi papá llevándome en hombros a ver un juego de beisbol al campo que había en la bajada Chairel, no estaba el de futbol”, me cuenta mi padre, quien llegó a vivir a Tampico siendo un niño de edad preescolar, justamente.
Nativo de Hualahuises, Nuevo León, papá tiene un récord en la familia: haber exentado el primer año de primaria, pues aunque sí hizo el kinder, al llegar a primero sólo duró unas semanas, y que lo pasan a segundo, porque sabía demasiado, supongo.
Y en eso último también es un caso: en que la consabida frase “sabía demasiado” se la hayan aplicado a un niño, pero con un resultado positivo, y papá, que vio surgir el actual edificio de la escuela primaria Nicolás Bravo un año antes del ciclón de 1955, sabe mucho de aquel Tampico de antaño, pues fue hijo adoptivo de esta ciudad.
Él fue el primero en contarme que la colonia Lauro Aguirre, en donde se establecieron de fijo los papás de él y la familia que ya traían de Nuevo León, mi papá incluido, se llamó antiguamente El Recreo.
Antes, mis abuelitos y sus hijitos vivieron en la colonia Tolteca, y desde ahí se lo llevó mi abuelo don Guadalupe Bravo, a papá, cargado en hombros, a conocer el Chairel, hoy en día seco, seco, pero en aquellos años espléndido como había estado siempre ese cuerpo de agua.
Y no: al final de la bajada original hacia la laguna del Chairel no estaba una cancha de balompié, como la hay desde hace décadas, sino un “diamante” beisbolero amateur, donde jugaban peloteros locales el día que a papá lo llevó cargado mi abuelo Lupe.
Cuéntame mi padre que Ángel Castro Pacheco, beisbolista de fama nacional cuyo nombre tuvo luego un parque móvil en la colonia Niños Héroes, vivió en la Lauro Aguirre, frente a la placita.
Su casa estaba a una minicuadra de la escuela que lleva dos nombres, uno para cada turno desde aquellos años, ya que en la mañana era para niñas nada más y en la tarde pa’ niños.
Papá iba en la Nicolás Bravo (turno vespertino) y mi tía Carmen (su hermana) en la Miguel Hidalgo (matutino), como se sigue llamando hasta la fecha aquella histórica escuela en la que yo también estuve, pero ya cuando ambos turnos eran mixtos como la escuela pública de hoy en día.
La primaria de la colonia Lauro Aguirre, cuyo primer grado hizo papá en cosa de unas semanas, fue primero de madera y estuvo en otra lateral de la placita, y ya cuando el huracán Hilda pegó con toda su fuerza y fiereza, la escuela estaba en su ubicación e inmueble de hoy en día, nuevecita y en nivel alto, por lo que sirvió de refugio.
En la bonita plática que he tenido este día del padre a través de videollamada con mi papá, él me habló de los balnearios que hubo junto al Club de Regatas Corona, que luego los adquirió para hacer crecer sus instalaciones, aunque antes fueron el paseo favorito de las familias y juventudes de Tampico y Ciudad Madero.
Sí: el Chairel fue lo que hoy en día es la playa Miramar, y hasta allá bajaban todos lo mismo a darse un buen chapuzón que a ver, más antes, los juegos de pelota, que resultaban interesantes, ya que cuando un bateador pegaba “home run” la bola iba a dar a la laguna, justamente.
Dice papá que si no hubiesen privatizado los terrenos de la orilla del Chairel que hoy en día están en la llamada Zona Dorada de Tampico, ahí podría haber habido un parque más grande aún que el de la Laguna del Carpintero.
El coronel Aureliano Buendía, del Macondo de García Márquez, no olvidó jamás el día que su abuelo lo llevó de la mano a conocer el hielo, ni mi padre el día que mi abue lo llevó en hombros a saber lo que eran el Chairel y un juego de beisbol.
Pero este servidor de ustedes, el que esto escribe, no puede ya recordar el día que papá, quien aparece en la foto cargando a su hijo el reportero, me llevaba de la mano cuando pasamos junto al gigante Pepito “El Terrestre” y entonces me dijo, “mira, mijo”… y no había ni “selfies”.